A mi madre le encanta Tolstoi. Ella me recomendó leer
Anna Karenina en mi adolescencia. Aunque su autor favorito era, sin lugar a dudas,
Dumas. Oh sí, releía una y otra vez esos tomos con el lomo rojo, con sus letras doradas y hojas impresas en papel biblia. Sentía auténtica pasión por algunos conocidos autores franceses,
Stendhal, Victor
Hugo,
Zola.
Mi padre, sin embargo, sí que era más de rusos: Chejóv, Dostoievski, y además de los clásicos, también leía con fruición al más reciente Solzhenitsyn, de quien una y otra vez me ha recomendado Un día en la vida de Iván Denísovich, que tengo que leer en algún momento, al igual que La princesa Tarakanova de G. P. Danilevsky.
Mis padres no pudieron estudiar mucho, les pilló la guerra y la postguerra. Salieron de su pueblo para venir a la capital a crear una nueva vida y una familia. Y encontraron un vendedor de libros, que recogía las colecciones de fallecidos sin herederos, vendiéndolos al peso. Poco a poco tuvimos una excelente biblioteca que nos proporcionó innumerables horas de entretenimiento, aventuras y conocimiento. Historias de lejanos países, cuyos personajes habían sobrevivido a los más terribles avatares que el destino les había deparado.
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Mi infantil empeño fue más lejos y quise ver con mis propios ojos lo que mis autores favoritos, como Wilde o Carroll, nos contaban. Y me hice traductora. |
Por aquel entonces, en mi casa no se hablaba ruso, ni francés; apenas yo comenzaba a aprender inglés, en un infantil empeño de entender las canciones de los Beatles que salían en la serie de dibujos animados. Y sin embargo, podíamos acercarnos a esos grandes monstruos literarios: gracias a las traducciones.
Aunque no fuesen siquiera las mejores disponibles: muchos autores eran traducidos de versiones francesas de los originales, con tan solo una versión intermedia en el mejor de los casos. Una suerte de juego del "teléfono estropeado", si se traduce algo que luego se retraduce, es bastante probable que acabe desviado del original. Pero, aún así, han conseguido que entendamos lo que de otro modo nos sería imposible.
Afortunadamente, contamos con estupendos traductores en la actualidad, que se forman en varias lenguas y se apasionan en el proceso, cuidan las fuentes y se esfuerzan por que a nuestras manos lleguen las mejores versiones de obras inmortales. Por eso es necesario revisarlas; sin ir más lejos, la Guerra y Paz que he leído yo no es la misma obra que leyó mi madre. (Mario Muchnik hace referencia a la nueva versión
AQUÍ. )
Pero no son las diferencias entre traducciones lo que quería tratar, sino más bien, agradecer que existan traductores que nos acercan a los idiomas que no entendemos. Porque parecen invisibles. Una amiga dice: "Me encanta como escribe Xxxx", no amiga, no. Si lo leyeses en su lengua original, todavía. Que no digo yo que no te gustase, pero lo que tú estás leyendo es una traducción. "Pues este libro está fatal traducido", y ¿cómo lo sabes? Tal vez no, puede que la persona encargada de acercarte esa historia haya querido ser fiel al horrible estilo de Zzzz, que también sucede. Ahora muchos de nosotros, no solo los profesionales de los idiomas, podemos leer a los autores en su propia lengua, a algunos, claro, porque el polaco y yo no tenemos ningún tipo de relación, por ejemplo; ahí nos echa una mano en casa Jose M. Faraldo, traductor de la saga Geralt de Rivia.
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¿A que no es tan complicado poner el nombre en la portada? |
La traducción literaria tiene unas particularidades propias. Para los lectores es un lujo que el mismo traductor conozca al autor y su obra, que tenga la posibilidad de dar continuidad a una saga y nos sumerja en los textos sin que en ningún momento nos demos cuenta de que estamos ante una traducción. Puede parecer sencillo cuando lo estamos leyendo, pero no podemos imaginar el proceso que ha seguido el traductor hasta llegar al resultado que tenemos en nuestras manos: investigación, documentación, si se han traducido entregas anteriores cómo se definió tal elemento... Durante los cursos de
Traduficción, tuve la oportunidad de estar inmersa junto con otros compañeros en un mundo fantástico de neologismos, expresiones extrañas y, también, expresiones coloquiales que no habíamos oído en la vida.
Manuel de los Reyes * coordina e imparte estos cursos, en los que nos hace trabajar como enanos, para poder tener una minúscula idea de cómo es su trabajo habitual. Ha traducido a
Isaac Asimov, Brandon Sanderson y muchos otros autores que levantan pasiones en el mundo de la ciencia ficción y la fantasía.
Otra gran favorita en casa es
Pilar Ramírez Tello*. Seguro, segurísimo que habéis leído traducciones suyas. La saga
Divergente o la trilogía de
Los juegos del Hambre, sin ir más lejos. ¿A que creíais que existía el
Sinsajo? Pues no, queridos, este
palabro se lo inventó nuestra amiga Pilar, y mira dónde ha llegado. También cuenta en su haber con títulos menos comerciales, pero de gran calidad narrativa.
Estos grandes profesionales son en algunos casos escritores también. Pilar Adón, Claudia Casanova o la más conocida
Olalla García *, con una larga carrera como novelista histórica, (
El jardín de Hipatia, Rito de Paso) que recientemente se ha pasado al thriller, y
José C. Valés *, quien probablemente os suene porque ganó con su novela
Cabaret Biarritz el Premio Nadal de Novela 2015. Capaces no solo de trasladar las historias ajenas para nuestra comprensión, sino que también crean otros mundos que a su vez serán traducidos por otros para ser leídos por quienes no dominan nuestro idioma.
Considero necesario que seamos conscientes de que tenemos traductores buenos, y sería mejor si tuviesen más visibilidad y los nombrásemos en nuestras reseñas de libros extranjeros, como elemento esencial para adentrarnos en las obras. Y las editoriales los incluyesen en la portada.